Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una
charla con sus nietos acerca de la vida. Les decía: “una vieja pelea está
ocurriendo dentro de mí, es entre dos lobos; uno de ellos es maldad , temor,
ira, envidia, dolor, rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento,
inferioridad, mentira, orgullo, competencia, superioridad y egolatría”.
El otro es bondad, alegría, paz, amor, esperanza,
serenidad, humildad, dulzura, generosidad, benevolencia, amistad, empatía,
verdad, compasión y fe. Esta misma pelea está ocurriendo continuamente dentro
de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra. Los chicos se quedaron
pensativos, y uno de ellos preguntó a su abuelo: ¿Cuál de los lobos ganará? …y
el viejo cacique respondió simplemente: “El que alimentes”.
El ser humano hace hasta lo imposible, por domesticar y someter su vida
emocional. Sin embargo, somos testigos a diario de como las emociones nos
juegan una mala pasada, haciéndonos caer en equivocaciones, las cuales a largo
plazo, tienen un precio muy alto en la salud física y mental.
De acuerdo a la versión de especialistas en el manejo de las emociones, los
momentos de decaimiento y de entusiasmo, son necesarios para lograr equilibrio
en la vida. Incluso, advierten, el sufrimiento es fundamental para templar el
alma y erradicar actitudes desagradables como el orgullo y la prepotencia.
Todas las emociones son respuestas a estímulos recibidos a través de los
sentidos. En su recorrido por el cuerpo, los estímulos que se transmiten por el
sistema nervioso llegan inicialmente a la amígdala, membrana localizada en el
cerebro emocional o sistema límbico, allí son procesados y de acuerdo a los
archivos almacenados, por asociación, se produce una respuesta, que
generalmente se da en acción.
La amígdala, está en la capacidad de hacer tomar decisiones a la persona,
sin que la respuesta pase el filtro por el cerebro pensante o neo córtex, como
se le denomina al almacén de los pensamientos racionales.
Estos estados emocionales, en los que la mente racional, queda como
secuestrada o es asaltada, sin tener en cuenta su participación, se le
denominan “asaltos emocionales”. Cuando
son prolongados y se salen de control, se les llama “desbordamientos”.
Todos los seres humanos, en el desarrollo de la vida, tenemos o hemos
tenido estos asaltos. Se caracterizan por la abundante carga emocional en la
que ponen al cuerpo, activan la emisión de hormonas como la adrenalina, creando
momentos de estrés. Además de la alteración en el ritmo cardíaco, que genera un
alto riesgo en la salud física.
Estudios científicos han demostrado que las personas que padecen de
permanentes asaltos emocionales, son más propensas a sufrir de infartos.
Entre estos estados, la emoción más común que podemos distinguir es la IRA.
Esta es la emoción más dañina para el corazón, sus efectos son mortales. Una
persona así, fácilmente pierde el control, llegando incluso a la furia, que se
acompaña de violencia.
El disparador de la ira, se asocia generalmente ante la sensación de hallarse en peligro, puede ser una amenaza
física o psicológica. Se puede combatir a través de la conciencia de uno mismo,
la práctica de ejercicio, la distracción y la evasión para evitar que aumenten
los disparadores, que funcionan como gatillos de un revolver, que disparan más
emociones negativas.
Otras emociones como las preocupaciones, también se hallan dentro de estos
asaltos emocionales. Se dan generalmente ante el temor y la impotencia por una
amenaza. Las personas preocupadas se centran absolutamente en el problema,
dejando inadvertidas las soluciones.
La melancolía o tristeza, la depresión y el ausentismo social, son otras
formas de entrar en estos estados de asalto emocional. Los especialistas
comentan que la relajación es un buen antídoto para evitar quedar atrapado en
estos estados.
Una persona poseída por estos asaltos, difícilmente podrá tomar decisiones
inteligentes, o razonables, pues su atención está centrada en el problema o
situación que lo perturba. La mente emocional, tiene el control absoluto,
haciéndole que tome decisiones erróneas, cayendo en el pesimismo.
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